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Migrantes deportados a México encuentran ayuda, pero también un futuro incierto al sur de la frontera

Luz Gray
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Michelle Rindels
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Vista de una pintura de la bandera de México en una pequeña plaza cercana al Instituto Tamaulipeco para los Migrantes en Reynosa. Martes 26 de junio del 2018. (Foto: Luz Gray).

REYNOSA, México - En esta ciudad fronteriza el aire es denso, el calor es húmedo y el lodo predomina en la mayor parte de las calles a causa de las recientes lluvias.

Reynosa es una ciudad llena de bullicio, donde es común ver a las personas en los restaurantes o haciendo sus compras. Pero también hay escenas inquietantes, como los pasamontañas que cubren los rostros de policías, quienes hacen rondas constantes en vehículos blindados a lo largo de un parque que está casi desierto.

A unos pasos está la frontera con Texas; tan cerca y a la vez tan lejos para un grupo de tres mexicanos que intentaron cruzar a Los Estados Unidos pero terminaron siendo repatriados.

¿Qué les espera a personas como ellos, mientras regresan a su hogar? ¿Están a salvo en su propio país? ¿Por qué algunos optan por vivir en el círculo perpetuo de pagar a un coyote, cruzar, ser deportados, y volver a empezar?

Algunos de ellos hablaron con The Nevada Independent acerca de los motivos que los llevan a realizar el peligroso cruce por la frontera.

De regreso a México

Ricardo Calderón Macías, delegado Regional del Instituto Tamaulipeco para los Migrantes. Martes 26 de junio del 2018. Reynosa, México. (Foto: Luz Gray).

“No. Ya no lo vuelvo a intentar”, dice a una reportera uno de los recién llegados, mientras sostiene una pequeña bolsa con la comida que le acaban de dar en el Instituto Tamaulipeco para los Migrantes, un estado que recibe el 40 por ciento de las repatriaciones a nivel nacional.

“Nos botaron”, dijo el muchacho, no sin antes enfatizar su tristeza y su rechazo a volver a cruzar la frontera de manera ilegal. “Lo tratan a uno bien mal, le dicen cosas que duelen”.

El joven comentó que era originario de Sinaloa, México, y que, con el objetivo de ayudar económicamente a su familia, trató de llegar al lado estadounidense en lancha, pero terminó repatriado.

Zapatos polvosos, ojos hundidos por el cansancio. Con 18 años e ilusiones rotas, el joven, quien accedió a hablar con The Nevada Independent en condición de anonimato, tomó asiento en una silla del local mientras esperaba a que lo trasladaran, junto con los otros dos hombres de mayor edad, a una de las dos casas de atención a migrantes que se encuentran en Reynosa.

“La realidad es que vienen tristes, con la moral caída, buscando un sueño americano que no encuentran porque son detenidos por la Patrulla Fronteriza”, dijo Ricardo Calderón Macías, Delegado Regional del instituto, que inició funciones hace unos siete años.

Calderón agregó que uno de los principales objetivos del centro es que el tránsito de los migrantes a través de la franja fronteriza sea seguro, pues a menudo son objeto de extorsión por parte de la delincuencia organizada.

Otro de los objetivos, según Calderón, es darles una bienvenida digna, alimento, artículos para el aseo personal, asesoría legal, y cuidado de la salud a cargo de la Cruz Roja y Médicos sin Fronteras.

“Después de pasar varios años recluidos en una cárcel federal, vienen viajando casi 24 horas, esposados de pies y manos y traen un estrés muy fuerte”, dijo Calderón durante una entrevista con The Nevada Independent. “No traen dinero para llegar a su lugar de origen. Es muy complejo el hecho de ganar dólares y luego ganar pesos, por eso buscamos tener comunicación con dependencias de migrantes en otros estados para que los canalicen a tener un trabajo estable”.

Dos vidas, dos países

Vista de uno de los dormitorios de la Casa del Migrante en Reynosa, México. Martes 26 de junio del 2018. (Foto: Luz Gray).

El funcionario indicó que, desde la administración del Presidente Donald Trump, no ha visto un aumento considerable en el número de repatriados que han atendido. La Patrulla Fronteriza reportó que en el año fiscal que concluyó en octubre del 2017, aprehendió a poco menos de 304,000 personas en la frontera Suroeste; una cifra menor que en los tres años fiscales previos.

Pero Calderón estimó que eso puede cambiar debido a la cantidad de mexicanos retenidos en el vecino país del norte y que potencialmente van a ser enviados de regreso a su país.

Eso es justo lo que ha sucedido con Miguel, uno de los ciudadanos mexicanos quien fue canalizado por el instituto al albergue para migrantes que operan monjas católicas. 

Es la cuarta vez que Miguel ha sido deportado de los Estados Unidos a México.

“Esta vez estaba tratando de regresar a los Estados Unidos, a Tennessee, por mis hijos”, dijo en entrevista en la Casa del Migrante, mientras recargaba sus manos sobre una mesa plegable. Miguel lleva la cabeza afeitada y viste una camiseta azul rey con el mensaje “El muchacho más adorable de este lugar”.

“He vivido allá desde 1995. Me fui para allá tratando de tener una vida mejor”, agregó.

Aunque tiene familiares residentes legales y tres hijos estadounidenses de 10, 12 y 18 años, desde hace más de 20 años su vida ha estado dividida entre dos países.

Dedicado al oficio de albañil, Miguel indicó que, en cada caso, ha sido deportado por tener una licencia de manejar revocada, aunque la camioneta que compró para el trabajo está a su nombre, tiene placas y seguro que obtuvo gracias a su matrícula consular.

Cada vez, Miguel ha cruzado por el desierto, pagándole a un coyote. La primera pasada le costó $400.00 dólares. Esta vez, por ser mexicano, unos $7,000; mientras que, a los centroamericanos, indicó, les cuesta hasta $10,000.

A veces ha caminado unas ocho horas. Otras, como cuando pasó por Arizona, hasta seis noches.

“Mis hijos me necesitan y yo a este país no me los traería”, dijo Miguel. “Por la situación aquí, por los carteles… esta fea la vida aquí en México, y no nada más en la frontera, también allá en mi pueblo está igual. Andan los carteles peleándose las plazas”.

Miguel agregó que se iba a arriesgar a cruzar, esta vez, por el monte. Dijo que en esta ocasión sería más difícil por el endurecimiento en las leyes migratorias, y la delincuencia en México, pero que valía la pena con tal de regresar al lado de sus hijos.

El inmigrante señaló que, esta vez, cuando estuvo detenido en los Estados Unidos, también vio evidencia de la política de separación de familias de la administración Trump: Niños llorando y a madres en celdas; cansados, durmiendo en el piso y cobijados con una especie de plástico, algo que le pareció inhumano.

“Son como jaulas de inmigración”, dijo. “Está frío. No caben. Está apretada la gente. Si quieren usar el baño, tienen que ir brincando de uno por uno”.  

Miguel comentó que agradecía la asistencia que le brindaron en la casa del migrante, luego de sus experiencias como detenido y deportado de los Estados Unidos.

“En realidad nos tratan mal… de comer nos dan dos panes, un pedazo de boloña. Es lo que te dan las tres comidas. Agua de la llave”, dijo. “A veces le hablan mal a la gente. Si les dice que tiene frío, le dicen ‘jódete. Yo no te dije que te vinieras. Este no es tu país. Estás cruzando ilegalmente”.

Consuelo espiritual

Sor Yolanda Elvira Guzmán Yeh, una de las religiosas quien brinda ayuda a los repatriados en la Casa del Migrante. Reynosa, México. Martes 26 de junio del 2018. (Foto: Luz Gray).

La mayoría de los repatriados que llegan a la Casa del Migrante no solo están afectados física y mentalmente, sino que tienen heridas como las del corazón, que son aún más difíciles de sanar, de acuerdo con Sor Yolanda Elvira Guzmán Yeh, una de las monjas que brinda ayuda a los repatriados.

“Ya que han sido deportados, mucho vienen muy resentidos, agobiados… No saben qué hacer, acaban de perder casa, familia, dinero, coche, todo”, dijo Guzmán. “Muchos se encuentran con que han vivido tanto tiempo de aquel lado, que ya no tienen familia de este lado, ya no tienen a dónde llegar, entonces se ven en esta línea de la soledad completa”.

Hay quienes también reniegan: “¿Por qué yo?”, “¿Por qué me trajo aquí?” pero Guzmán señaló que su hermandad las ha formado para servir a los más necesitados, desde niños de la calle y drogadictos, hasta leprosos y casos psiquiátricos.

“Yo les digo: Dios no los trajo aquí. Dios vino con ustedes. Sufre con ustedes, llora con ustedes. Eso les llega y como que su esperanza se fortalece”, dijo Guzmán. “Mi motivo, y el de mis hermanas, es Jesucristo. Tengo la certeza de que en cada uno de estos hermanos que están aquí, está Jesús”.

La Casa del Migrante en Reynosa tiene unos siete años, pero fue una obra que empezó en la Parroquia de Guadalupe hace 20 años debido a la necesidad de apoyar a los migrantes. Como no estaba en condiciones de funcionar como albergue, se tuvo que buscar otro lugar más amplio.

Perteneciente a la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl​, Guzmán, junto con otras tres hermanas, y algunos asistentes, pasa sus días dedicada a servir a los migrantes.

Guzmán señaló que han visto un incremento en el número de personas que han vivido por mucho tiempo en los Estados Unidos y están regresando, y que en promedio han llegado de entre 50 a 80 migrantes deportados por día.

“La mayoría de las personas, si no va a cruzar a los Estados Unidos, regresa a su lugar de origen”, dijo Guzmán. “Porque, aunque no tengan familia, saben que de ahí son y seguro que ahí van a encontrar una alternativa, con los suyos”.

De acuerdo con Guzmán, los migrantes solo pueden quedarse tres días porque es albergue de paso donde además se les otorga ropa, agua para bañarse, una cama, comida caliente, utensilios de aseo personal, y un servicio cálido.

“Tienen que buscar una alternativa a su problema”, dijo Guzmán. “Porque también, si los dejamos más tiempo, es como sumirlos en la depresión. Tratamos que piensen qué alternativas tienen”.  

Cuando el albergue les abre la puerta, una de las primeras imágenes que ven los migrantes no solo es el área comunitaria, sino un sencillo cuadro de la Virgen de Guadalupe.

Muchos se arrodillan y de sus rostros emanan lágrimas que cuentan sus historias mejor que las palabras.

“La mayoría de los muchachos, aun no siendo de la religión católica, pasan por aquí y se ponen en manos de la Santísima virgen y continúan su camino”, dijo Guzmán. “Cuando se van de aquí, siempre agradecen y dicen: ‘Hermana, tenía mucho tiempo que no me encontraba con mi Dios. Hoy lo que me llevo de aquí, es a Dios. Y lo he encontrado aquí, y ahora no lo voy a soltar porque él ha estado conmigo, ha llorado conmigo”.

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